Foto / Arquitecto, Leo Machicao

 

Déjà vu, ya visto ya vivido

Se ha ido el Presidente.  Su relación con actos de corrupción, sea la que sea, activa o pasiva, parece más que evidente.  Y ya sea que el Congreso admita su renuncia o prefiera echarlo cuestión de egos partidistas-, la conclusión es la misma: otra vez la máxima autoridad del Gobierno del país se va con su figura salpicada de ilegalidades y actos delictivos.

¿Y ahora qué?  La imagen del Congreso es igual o todavía peor, aunque los parlamentarios se permitan acusar al Presidente como si ellos mismos estuvieran limpios.  Llevamos meses asistiendo al desmoronamiento de las instituciones del Estado, nuevamente… y a partir de hoy nuestro Estado es un "walking dead" más.  Muerto en vida.  El festival de intrigas, complicidades mafiosas, mentiras y actos delictivos de todo tipo, ha sido lamentable y vergonzoso.  Y como siempre, sólo ha valido para perjudicar al país y favorecer a unos pocos que de seguro ahora se estarán frotando las manos -…¿y contando sus beneficios obtenidos?-.

Dicen muchos con indignación: “¡Todos a su casa!  ¡Todos fuera!"  Otros aportan: “¡Nuevas elecciones!"  Pero, vamos a ver, ¿quién se va a presentar a las nuevas elecciones?  Los mismos, como siempre han sido.  No van a aparecer nuevos por acto de magia.  Y entonces, al pasar las nuevas elecciones, ¿qué habrá cambiado?  Nada.  El país habrá perdido el tiempo, la inestabilidad política se reflejará en la disminución de la confianza de los mercados internacionales, las entidades financieras castigarán al Perú encareciendo los créditos y pagando menos por sus productos.  Nuestro país habrá caído algunos puestos en el ranking de países fiables.  Y la confianza, a este nivel, se paga con dinero fresco, que no nos sobra.

¿Y eso nos importa?  ¿Debe importarnos?  Sí, sin duda.  El dinero, que lo mueve todo nos guste o no, llegará menos al Perú, perjudicando a muchos proyectos del Estado, perjudicando a muchos de los nuestros, aunque en Lima y algunas otras ciudades no se note y la mayoría en éstas quiera creer que "no pasa nada".  Ojos que no ven…

¿Y entonces qué…?  Cambiar caras y siglas, así como cambiar apellidos, no ha garantizado jamás nada ni lo hará.  Aportar diplomas, estrellas, logros académicos en el extranjero, tampoco.  No nos engañemos más.  Ser comerciantes o empresarios de éxito, asegura logros económicos personales… pero un Estado es muchísimo más complejo que eso porque en la vida cotidiana del país intervienen factores políticos y sociales ajenos completamente al mundo comercial, estableciendo prioridades distintas que las del mero enriquecimiento.  Y por último, tener buena intención, ser casi santos, tampoco alcanza.  Decían las abuelas en su innegable sabiduría: “de buenas intenciones está forrado el infierno".

Una crisis sólo deja de ser destructiva cuando los afectados aprenden a hacer de ella una oportunidad.  Éste debería ser el caso.  Tenemos, como República, unas estructuras heredadas de la colonia española que fuimos.  Unas estructuras cuya finalidad no era otra que la de la explotación de los recursos naturales de nuestro territorio para el enriquecimiento de bolsillos particulares.  Entonces no importaba el bienestar de nuestra gente, sólo su trabajo para generar la riqueza de otros.

Nuestra república cambió las cabezas al empezar su camino, dejando fuera a la Corona y su estructura de poder… pero su nueva estructura siguió adelante por las mismas vías que ya existían, la nueva estructura nació vieja.  Y en ese concepto cabe todo lo malo: la delincuencia, el pirateo, la trampa facilona porque sí, lo que cuenta entonces es "tener calle".

Lamentablemente, transcurridos casi 200 años ya, seguimos usando aquellas mismas vías.  Y ahora, así como nos ocurre con el machismo, llevamos en los genes la necesidad del enriquecimiento inmediato, no la necesidad de evolucionar y progresar como sociedad.  No es el bienestar de los nuestros nuestra prioridad ni lo que nos mueve… y ello se refleja en los representantes que elegimos cada vez, siempre los mismos, siempre del mismo tipo, ya sea que gobiernen o no.  Su preocupación -que es la nuestra- es la de agilizar el enriquecimiento.  Así que, finalmente, nos usan para hacerse ricos.  Nos usan porque se los permitimos.  Les damos el poder y les enriquecemos… en contra de nosotros mismos.

Tenemos que cambiar las prioridades.  Tenemos que -seguramente bajo una nueva Constitución-, establecer el bienestar de nuestra gente como indiscutible prioridad, con una nueva estructura que permita y obligue al desarrollo de nuestro Estado por nuevas vías que no sean las del mero enriquecimiento particular.  Tenemos que romper con nuestra historia.  No llegará ningún caudillo que lo haga por nosotros.  No llegó nunca ni llegará porque tal personaje no existe.  Nos tocará elegir nuevamente.  Esta vez, miremos con más atención, seamos más exigentes con sus planes -que desde entonces serán nuestros- y VIGILEMOS.  Es tiempo de movilizaciones, participación activa, tiempo de proponer, tiempo de realizar, inclusive estando lejos como estamos.  No es cosa de partidismos ya, ni de defender a los amigos o conocidos.  En Perú hay tanta riqueza natural, capacidad creativa y dedicación al trabajo que es imperdonable que el nuestro sea un país pobre.  Eso demuestra que hemos hecho mal las cosas, no hay excusas.  Es tiempo de cambio… o terminaremos viviendo lo mismo otra vez, como ha sido siempre.

¿Seguiremos en clave de "déjà vu"?

Barcelona, 22 de Marzo de 2018

Leo Machicao.
Arquitecto/Interiorista
leomachicao@gmail.com